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CORONADO.- Un verdadero viaje al pasado resultó ser para el escritor Luis Alberto Urrea la presentación de su novela “Good Night, Irene”, no sólo porque la historia se inspira en una etapa de la vida de su madre, sino por el reencuentro con sus compañeros de escuela, su familia que radica en San Diego y donde él vivió por varios años y su caminata nocturna por la acera de la Biblioteca Pública de Coronado al finalizar el evento, el pasado 9 de junio.
Visiblemente emocionado y con una serie de gestos de asombro y alegría al ver frente a frente a viejas amistades, reunidas entre los más de 120 asistentes que llenaron la sala, Urrea inició su charla desde un cómodo sillón rojo colocado de frente al público.
“Good Night, Irene”, es su novela más reciente, en ella lleva al lector por la historia de dos mujeres, inspiradoras, leales, amigas, ambas inspiradas en personas cercanas al autor, Phyllis McLaughlin, y en la mejor amiga de ella, Jill Pitts Knappenberger, pero al mismo tiempo rinde homenaje a las mujeres valientes que durante la Segunda Guerra Mundial brindaron sus servicios en la Cruz Roja. “Estas mujeres condujeron camionetas GMC de 2 1/2 toneladas con galeras en la parte trasera con cocinas de donas y máquinas de café y tocadiscos a lo largo de la ruta de Patton con el Tercer Ejército, pero han sido olvidadas por la historia”, dijo el escritor nacido en Tijuana, México, donde vivió parte de su niñez.
Esta vez, Urrea hizo de la ficción una herramienta valiosa para entrelazar la historia de dos mujeres cuyas vidas eran muy diferentes, pero tuvieron un asunto en común: el servicio a su comunidad. “Mi madre era miembro de la alta sociedad de Manhattan, tenía una especie de obsesión por Greer Garson. Y Jill era una mujer de Hoosier muy realista, de Indiana, muy inteligente que vivió hasta los 102 años”.
Al no contar con los registros reales sobre las actividades del cuerpo de Clubmobile, luego de que se perdieran en incendios y de creer que todos los miembros de ese escuadrón ya habían fallecido, el finalista del premio Pulitzer por “The Devil’s Highway”, buscó, investigó y encontró que Jill seguía viva, 94 años, así que la buscó para conocer sus anécdotas.
“La forma en que llegué a esta historia fue doble. Una era las pesadillas de mi madre. Tenía terribles pesadillas y estaba marcada por las heridas que recibió al final de la guerra. Pero la otra cosa era que ella tenía un baúl que le dio el Ejército con cosas traídas de la guerra. Aunque yo tenía órdenes estrictas de nunca abrirlo. Lo abrí”.
Así fue como Urrea tuvo en sus manos material que le dio las bases para su historia, lo demás es consecuencia de su original creatividad que le permitió lograr una historia que trastoca sentimientos y sensaciones de cada lector al cual induce a vivir como propia la realidad de cada uno de sus personajes.
El autor, radicado hoy en Chicago, destacó que uno de los grandes aprendizajes que le deja esta novela es el valorar la presencia y el trabajo de las mujeres, las madres, las abuelas, las tías. “Nuestro peor pecado, creo, es descartar a mamá, descartar a la abuela, descartar a la tía Eva. Este libro que solo un agradecimiento y un tributo a estas mujeres que no deben olvidarse”.